Maradona, Argentina y la gloria del '86

La delegación encabezada por el técnico Carlos Bilardo y capitaneada por Diego Maradona había salido de Buenos Aires envuelta en el excepticismo y la desconfianza. Una vez en México, todo comenzó a cambiar. "Fueron los primeros en llegar, ¿por qué?", le preguntaron al entrenador argentino. "Porque vamos a ser los últimos en irnos", fue la rápida respuesta de Bilardo. Y no se equivocó. Partido tras partido, el equipo fue creciendo. Maradona confirmó con hechos irrefutables que era, efectivamente, el mejor jugador del mundo, convirtió estupendos goles y lo que un mes antes parecía un loco sueño, se hizo hermosa realidad: Argentina volvió a adueñarse de la copa del Mundo por segunda vez en su historia.

El camino no había comenzado bien para la Argentina. La agónica clasificación ante Perú, gracias al gol de Ricardo Gareca, fue un verdadero alivio para Bilardo y sus dirigidos, pero las críticas y la desconfianza hacia el equipo no cesaban porque, no solamente se jugaba mal, sino que además no se conseguían resultados en la gira previa. Al equipo en Ezeiza no lo despidió absolutamente nadie, esas eran las expectativas que despertaba esa Selección, muy mal tratada por la crítica especializad. Sin embargo, en los días previos al inicio del Mundial '86, tanto el técnico como Maradona eran pura confianza.




La hora de la verdad llegó el 2 de junio en la capital mexicana frente a Corea del Sur. Fue victoria 3 a 1 con una convincente actuación, a pesar de lo frágil del rival, gracias a los gritos de Jorge Valdano, que marcó por duplicado, y Oscar Ruggeri. Ante un Maradona brillante que ya comenzaba a gestar su mejor actuación en una Copa del Mundo y que hacía ilusionar a todos por la sociedad futbolística generada con Valdano, a los coreanos sólo les quedaba apelar al juego físico y brusco para detener al capitán argentino.



El 5 de junio, en Puebla, Italia fue la prueba de fuego para el equipo de Bilardo. La historia comenzó torcida, ya que a los siete minutos del primer tiempo, Alessandro Altobelli, de penal, puso el 1 a 0 para los europeos. Pero a los 34', Maradona empezó a vestirse de goleador y con un gesto técnico descomunal, selló el empate definitivo que dejaba a la Argentina a un paso de meterse en los octavos de final.


Si bien la clasificación había quedado cerca, el equipo argentino logró meterse entre los mejores 16 del Mundial el 10 de junio, frente a Bulgaria, luego de vencerlo 2-0 por los tantos de Valdano y Burruchaga. Así, la Selección sellaba su pase a los octavos, donde muchos decían que arrancaba el verdadero Mundial, y donde Maradona alcanzaría su nivel más alto de juego.


Por haber ganado el Grupo A del certamen, Argentina debió enfrentar a Uruguay, uno de los mejores terceros de la primera fase, proveniente del Grupo E. Aquel cerrado 1 a 0 con gol de Pedro Pablo Pasculli puso al equipo entre los mejores ocho del mundo, algo inesperado a juzgar por la previa del torneo.

Pero lo mejor estaba por venir, no sólo en lo que respecta al equipo como tal, sino también a la explosión definitiva del capitán argentino. El 22 de junio quedó en la historia, pero no necesariamente por el 2-1 contra los ingleses, en un partido repleto de morbo por el rival y el conflicto bélico por las Islas Malvinas.


Como si no fuera suficiente con esas particularidades, Maradona se encargó de darle un toque épico a un partido que quedaría como uno de los triunfos más importantes de la historia del fútbol nacional. Primero, con la famosa “Mano de Dios” para abrir el marcador en el segundo tiempo, luego de una primera mitad en la que no habían podido quebrar el cero.


Y por si todavía quedaba alguien que no conocía su talento, el 10 y capitán argentino se encargó de dibujar una obra maestra que pasó fue bautizada por el planeta fútbol como "el mejor gol en la historia de los mundiales".


Consagración personal en el bolsillo para el entonces ídolo del Nápoli, pero con un objetivo aún no cumplido, pero muy cercano: ser campeones del Mundo por segunda vez en la historia.

El próximo obstáculo fue Bélgica el 25 de junio en el Estadio Azteca, donde otras dos joyas de Maradona dejaron sin reacción a los belgas y metieron a la Argentina en la gran final, con un equipo ya consolidado y con muy buen funcionamiento con Pelusa como abanderado y principal figura.



Y llegó el choque decisivo. La final. En el Azteca, el mismo escenario en el que Maradona había desparramado ingleses durante las semifinales, el 29 de junio contra la República Federal de Alemania llegaría la gloria.


Felicidad, gritos de “¡Argentina campeón!” por doquier, angustia por la levantada germana cuando el partido estaba 2-0, el hombro lastimado de José Luís Brown y la pincelada final de Maradona para que Burruchaga liquide la historia y decretara el 3-2 final.
xxxxxxxxxxx


La recepción al equipo en Argentina, un par de días después de la aventura victoriosa por tierras mexicanas, tuvo como escenario a una Plaza de Mayo repleta con los jugadores, cuerpo técnico y Presidente de la Nación, Raúl Alfonsín, saludando desde el balcón.


A pesar de la alegría por el título y por su consagración a nivel personal, Diego Armando Maradona no se olvidaba de las duras críticas recibidas previo al campeonato del mundo y que a Ezeiza no había ido nadie a despedir al equipo.

Por eso, post Mundial, dejaba una dedicatoria especial para quienes no habían creído en esa Selección que hoy, 27 años después, sigue siendo la que le dio la última gran alegría al pueblo futbolero argentino.


* Por Nicolás Silva e Ignacio Arias - TP Investigación en Archivo Tradicional - Archivo y Documentación Periodística